Cuentos de paz y de tormento

Por Héctor Tizón

Los cuatro cuentos reunidos en este libro están vinculados por un hilo fatal: el crimen. Aunque su autor no objetaría verlos incluidos en una antología de relatos policiales o criminales, pertenecen en todo caso a una escuela más emparentada con Fedor Dostoievski que con Arthur Conan Doyle o Raymond Chandler. En el policial clásico o deductivo, el crimen quebranta la racionalidad del orden social, y el razonamiento del detective la restablece; en el policial moderno o negro, el crimen confirma la irracionalidad del orden social, y el detective suele hacer justicia por su cuenta, guiándose por un código de valores propio y por lo tanto arbitrario. En los relatos que aquí presentamos el orden social no está inmediatamente en cuestión, el crimen es un desorden personal, y el castigo aguarda en la intimidad del remordimiento.

En los dos primeros cuentos, “Retrato de familia” y “El que vino de la lluvia”, el conocimiento de la verdad restablece de alguna manera el orden roto por el crimen, y sosiega los espíritus: los involucrados declaran haber alcanzado la paz. En los otros dos, en cambio, los protagonistas están presos de sus tormentos secretos, necesitados de confesión: en “El ladrón”, el remordimiento escuece como una brasa la mano criminal; en “Un viaje en tren”, la doble condición de víctima y victimaria hunde a su personaje en la angustiosa desolación que se revela en uno de los remates más estremecedores de la literatura argentina. El crimen es un desorden personal y ese desorden no se resuelve con el castigo sino con la absolución. La absolución procede del esclarecimiento, el reconocimiento de la culpa, y la confesión. “La culpa y el remordimiento siempre quieren gritar”, dice el autor.

El orden social entra en juego en un sentido que no es político, de códigos y tribunales, ni sociológico, de catalizador o promotor del crimen, sino religioso: el criminal confiesa, la sociedad absuelve, religa. En los dos relatos iniciales, sendos jueces cumplen papeles importantes, pero no lo hacen administrando justicia. No es un fallo judicial lo que restablece el orden porque el crimen, en la perspectiva de este escritor, rompe la relación del criminal consigo mismo y con los demás hombres en un plano superior, trascendente, y sólo allí puede restañarse esa ruptura. El autor de estas narraciones fue magistrado de la Corte Suprema de la provincia argentina de Jujuy. Su mirada de escritor no era sin embargo la mirada de un juez que distribuye premios y castigos con el código a la vista: “En verdad la vida tiene más de divagación, de duda y de conjeturas que de tesis”, decía.

Héctor Tizón (1929-2012) es uno de los grandes narradores argentinos del siglo XX, principalmente por sus relatos —unas quince novelas, más de medio centenar de cuentos— ambientados en su mayoría en el noroeste del país, que captaron el habla y la cultura de la Puna sin hacer concesiones al pintoresquismo ni al indigenismo. “El que vino de la lluvia”, “El ladrón” y “Un viaje en tren” pertenecen al libro El traidor venerado (1978), “Retrato de familia” forma parte de la colección El gallo blanco (1992). Se agrega como apéndice de esta selección una nota preparada por Tizón para un número de la revista Ñ dedicado a Jorge Luis Borges, en la que habla de la literatura policial, el delito y la justicia.


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