El hilo de oro

Por Pedro Miguel Obligado

El hilo de oro

En las primeras décadas del siglo XX el modernismo literario ya carecía del impulso revolucionario con el que había renovado las letras argentinas, particularmente su poesía. El público se cansó pronto de la imaginería exótica y los lujos verbales que en su momento lo habían sorprendido y cautivado, y los poetas buscaron una nueva retórica, menos estridente y exterior, más íntima y reconcentrada. Algunos de ellos, como Enrique Banchs y Rafael Alberto Arrieta, encontraron su camino en un lirismo amortiguado, sencillo y atento al detalle, con ecos simbolistas en su exploración de las correspondencias entre la interioridad del sentimiento y los objetos y escenarios que lo reflejan, lo amplifican, lo confirman.

La poesía de Pedro Miguel Obligado (1892-1967) se inscribe en ese grupo, con un perfil propio que Leopoldo Lugones identificó y, al parecer, sancionó definitivamente: Obligado, dijo, es un “poeta confidencial” y su obra, una “historia de la melancolía”. Lugones emitió su juicio en un artículo de 1926, cuando el poeta ya había publicado Gris (1918), El ala de sombra (1920) y El hilo de oro (1924). Sorprende comprobar que la descripción sigue siendo válida para sus colecciones posteriores: La isla de los cantares (1931), Melancolía (1943), y Los altares (1959). Un quehacer poético que se prolonga así a lo largo de cuatro décadas deliberadamente ceñido al tono menor y a un puñado de temas que reaparecen una y otra vez: el ideal inalcanzable, el amor huidizo, el tiempo fugaz, la soledad infranqueable, una tristeza que todo lo empaña, un dolor de vivir que nunca es agudo pero nunca cesa.

El hilo de oro ofrece una buena muestra de la poesía de Obligado, de su cuidada elaboración formal, de su precisa musicalidad. Aparece aquí su imaginería habitual: la lluvia y las nubes como acompañantes de la melancolía y la nostalgia; frente a ellas las flores, que son las almas pero también las palabras. Aparecen sus metros preferidos, desde los cultos endecasílabos tan bien trabajados por los modernistas hasta formas populares como los romances y las coplas que habían desempolvado los románticos. Esas reminiscencias no son sólo formales. Es romántica su valoración de la naturaleza frente al artificio: en la ciudad, la lluvia no dice nada / y llora (“La lluvia no dice nada”, pero en cambio: no hay alegría más grande / que la del campo llovido (“No hay alegría más grande”); la poética respuesta a esa anticlimática exaltación la da Obligado en versos como los de “Arroyito, si supieras…”, que evocan sin dificultad el árbol y la piedra rubendarianos. Si hay una felicidad posible es la felicidad de la inconsciencia.

Esta edición digital de El hilo de oro ha sido preparada teniendo a la vista la segunda edición del libro publicada por Editorial Latina en 1925. Corrige algunas erratas evidentes y limpia la puntuación.


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