Esmeraldas

Por Fray Mocho

El género erótico es relativamente tardío en la Argentina. Esto no quiere decir que el erotismo haya estado ausente en los albores de su literatura, sino que la aparición de una narrativa deliberadamente escrita para atraer y estimular el interés libidinoso del lector sólo fue posible luego de las grandes transformaciones sociales producidas a fines del siglo XIX cuando el desarrollo económico y la inmigración masiva alteraron los sistemas de valores tradicionales y abrieron el camino a nuevas temáticas, nuevos autores y nuevos públicos. La colección de cuentos aquí presentada —cuyo subtítulo los anuncia como mundanos— probablemente haya sido uno de los primeros intentos de sacar al mercado una oferta semejante.

Leídos desde el primer cuarto del siglo XXI, estos relatos resultan de una ingenuidad pueril: sus protagonistas son exclusivamente masculinos, sus situaciones tienen rutinariamente por escenario la casa familiar, involucran casi siempre a tías o primas, y ocurren a la hora de la siesta en días de mayor calor. La levedad de las inevitables transgresiones da un indicio sobre el nivel de tolerancia que el autor presuponía en el público al que esperaba llegar. Lejos están de la audacia de algunas escenas de su contemporáneo Eugenio Cambaceres, por citar un ejemplo, cuyas novelas naturalistas apuntaban a una audiencia mucho más escogida y no habían sido escritas principalmente para hacer dinero, como era el caso de este volumen.

Fray Mocho (José S. Álvarez, 1858-1903) es considerado el primer escritor profesional de la Argentina, es decir alguien que se ganó la vida exclusivamente con su trabajo con la pluma. Se inició como periodista en diarios de Buenos Aires, y Esmeraldas (1886) fue su primer libro, escrito mientras se desempeñaba como comisario investigador de la policía; de esa experiencia nacieron la Galería de ladrones de la capital (1887) y las Memorias de un vigilante (1897), que le dieron gran popularidad. Sobresale en la descripción de tipos y lugares en Viaje al país de los matreros (1897) y En el mar austral (1898), y sus cualidades como observador de las costumbres, y su capacidad para recoger distintos registros del habla urbana fueron característicos de sus Cuentos y sus Cuadros de la ciudad (publicados póstumamente, en 1906). En 1898, fundó el exitoso semanario Caras y Caretas, que lo sobrevivió cuatro décadas.


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