Ensayo de una cosmogonía

Por Leopoldo Lugones

El pensamiento positivo que dominaba la escena intelectual argentina en el cruce del siglo XIX al XX, asociado al evidente progreso económico, científico y tecnológico, resultó sin embargo insuficiente para muchos escritores, pensadores y artistas, que no encontraban en ese marco de ideas espacio para sus inquietudes espirituales y estéticas. En su auxilio llegó la teosofía, una corriente de pensamiento fundada en los Estados Unidos en 1875 por Helena Blavatsky (neé Von Hahn), una inmigrante rusa empeñada en revivir el antiguo ideal de verdad, belleza y bien en un sistema teórico unificado, construido a partir de las grandes tradiciones religiosas occidentales y orientales pero abrazado a la ciencia.

La filial argentina de la Sociedad Teosófica comenzó a funcionar en 1893, y el poeta cordobés Leopoldo Lugones (1874-1938) se le sumó como miembro destacado algo más tarde. Antes que convertirse en un seguidor puntilloso de sus preceptos, el escritor encontró en ellos un marco conceptual donde insertar sus propias preocupaciones científicas, espirituales y artísticas.

El trabajo que presentamos es una buena prueba de esa articulación: aquí Lugones integra y contrasta sus conocimientos científicos y filosóficos con ciertos planteos fundamentales de La doctrina secreta, la obra de la señora Blavatsky que condensa la visión teosófica del mundo. La crítica ha podido mostrar hasta qué punto esa visión impregna toda la obra de Lugones, no sólo sus escritos especulativos sino también sus interpretaciones sobre la realidad nacional, sus ficciones y sus poemas.

El Ensayo de una cosmogonía apareció en 1906, y el autor toma una doble distancia respecto de su contenido. Por un lado lo envuelve entre un Proemio y un Epílogo que lo describen como algo escuchado de un desconocido en un encuentro fortuito; por el otro, incorpora todo el conjunto a Las fuerzas extrañas, una colección de cuentos fantásticos, poniéndolo así al amparo de las licencias concedidas a la ficción.

El autor parece consciente de los riesgos que supone —especialmente para él, que no es científico— apartarse de la corriente oficialmente aceptada. El título de una de sus diez lecciones, “Nuestra teoría ante la ciencia”, reconoce esa distancia, al tiempo que se alinea con los de varios artículos publicados por Lugones en la revista teosófica Philadelphia, todos los cuales comienzan con la palabra Nuestro

Lo inesperado del caso es que en su cosmogonía aparecen conceptos —curvatura del universo, unidad espacio-tiempo, identidad de materia y energía—, a los que el autor se aproxima por pura especulación, pero que resultan similares a los alcanzados matemáticamente por Albert Einstein, y expuestos casi al mismo tiempo en unos artículos publicados en Alemania.

Cuando los postulados de Einstein comenzaron a llamar la atención de la inteligencia local, el primer sorprendido por la coincidencia fue el propio Lugones, pero también sus lectores: el cuentista, poeta y ensayista fue incorporado en 1915 a la Academia Nacional de Ciencias. En 1920, a pedido de estudiantes de la Facultad de Ingeniería, dictó una conferencia en la que amplió y profundizó las ideas del Ensayo, incorporando a su cañamazo teosófico los hallazgos del matemático alemán, en los que veía una ratificación de los suyos propios.

Lugones tomó contacto con Einstein en Europa y fue un entusiasta promotor de su visita a la Argentina en 1925. En el prólogo a una reedición de Las fuerzas extrañas en 1926, el escritor se sintió en condiciones de afirmar sin modestia que “algunas ocurrencias de este libro … son corrientes ahora en el campo de la ciencia”.

Para la edición digital aquí ofrecida, que por primera vez presenta este texto de manera independiente, se han modernizado la puntuación y la acentuación, y se han evitado mayormente los fastidiosos pronombres enclíticos tan comunes en la época (“vióse, notóse”).


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2 pensamientos en “Ensayo de una cosmogonía”

  1. Gracias, este libro, en el caso de un ciudado peruano, es miel de sabiduría para una vida mejor, gracias.

  2. Soy profesora de Física y entiendo la vinculación entre la ciencia y la filosofia, de hecho la tesis doctoral la titulé “De la física Aristotélica a la Mecánica Clásica: un modelo pedagógico para la conceptualización y resolución de problemas de física” pero no sabía de la existencia de este autor. Seguro que disfrutaré la lectura del ensayo que ustedes gentilmente me ofrecen y les doy las gracias por ese inmerecido envío.

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