
Por Benito Lynch
Marcelo de Montenegro es un exitoso autor teatral; pasó su infancia en el campo bonaerense y la pampa se le ha quedado pegada en el alma, tanto que vuelve a ella una y otra vez, no en plan de excursión campestre, sino en una especie de reencuentro consigo mismo que no excluye “la salvajada y la aventura”, según su propia expresión. Se viste de gaucho, habla como gaucho, y cumple las tareas habituales del peón en la estancia de su amigo Enrique. Su destreza le permite en una ocasión rescatar de un grave peligro a Raquela, la hija de un estanciero vecino. Ambos se enamoran, pero Marcelo advierte en la joven ciertas resistencias nacidas de la diferente condición social que ella supone existente entre ambos. En un juego que él mismo describe como perverso, Marcelo acentúa su humildad de peón, aunque con algunos deslices en la representación que despiertan las suspicacias de la muchacha.
La peripecia amorosa estructura el relato, pero parece casi una excusa para avanzar en ese obsesivo examen de la pampa bonaerense, sus tipos humanos y sus relaciones sociales, que el autor conduce a lo largo de su obra. Ya no es la pampa abierta cuya única frontera era el indio, ni el gaucho anárquico e individualista, que sólo le temía a la leva. Ahora estamos en una pampa dividida por los alambrados, con estancieros y peones, que deben acomodarse necesariamente como unidades económicas a las leyes de un sistema productivo. Las tensiones que provoca ese acomodamiento alimentan la trama de sus narraciones, tensiones que tienen que ver con la naturaleza humana, heroica y noble, y al mismo tiempo indócil, perezosa, brutal, pero también con la naturaleza física, amable y generosa, y al mismo tiempo hostil, peligrosa, extremadamente cruel.
Como su personaje Marcelo, Benito Lynch (1885-1951) también se crió en el campo, en la estancia familiar, y marchó a Buenos Aires para desarrollar una carrera como periodista y escritor, pero sus emociones y sus afectos parecen haber quedado anclados en el escenario de una infancia intensamente vivida, al que sus narraciones vuelven una y otra vez. Raquela (1918) es su tercera novela, y se reconocen en ella ecos de los estilos y géneros en boga en ese momento —romanticismo, naturalismo, sainete incluso— todavía no bien amalgamados. Entre sus títulos más conocidos se encuentran Los caranchos de La Florida (1916), El inglés de los güesos (1924), y El romance de un gaucho (1930). Estas tres novelas fueron llevadas al cine.
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