Tangos y canciones

Por Alfredo Le Pera

La canción es un producto típico de la cultura de masas, motor junto con el cine de la industria del entretenimiento. Su lugar incómodo, nunca bien definido, entre la literatura y la música, y su asociación evidente con los propósitos comerciales, la han mantenido a distancia de su género más próximo, la poesía, y habitualmente fuera del radar de las preocupaciones estéticas de la academia, que en el mejor de los casos le ha trasladado la cuestión a la sociología de la cultura. Sin embargo, la poesía y la música nacieron juntas, y muchas de las particularidades del género poético —la rima, el ritmo— remiten justamente a ese origen común, a la necesidad de articular la palabra con los instrumentos que la sostienen o la acompañan, en primer lugar la voz humana. El comité del Nobel reconoció esa genealogía cuando en 2016 le entregó a Bob Dylan el premio de Literatura en atención a la calidad poética de sus composiciones.

Este libro recoge las letras de uno de los autores argentinos más prolíficos de la década de 1930, casi todas musicalizadas y cantadas por Carlos Gardel. Dominan el repertorio los tangos porteños (doloridos y melancólicos) y las canciones camperas (vitales y alegres). La calidad es variada, a veces reiterativa en los recursos, apremiada por los compromisos profesionales, y su estética oscila entre un romanticismo tardío y un existencialismo incipiente. Pero incluye desde esa joya juguetona y jovial que es “Apure delantero buey” (una canción escenificada dentro de otra) hasta la estremecedora densidad de “Volvió una noche”. Estas letras son inmensamente populares, y muchas de sus imágenes y expresiones se han vuelto patrimonio de la cultura rioplatense. Las novelas Boquitas pintadas de Manuel Puig y No habrá más penas ni olvido de Osvaldo Soriano deben sus títulos a sendos versos del autor.

Alfredo Le Pera (1900-1935) entró desde muy joven en contacto con el mundo del espectáculo, primero como administrador y productor y enseguida como escritor. Cuando se encontró con Gardel en Europa en 1932 llevaba consigo una considerable experiencia en el negocio, una docena de comedias y revistas musicales de su autoría estrenadas desde 1927, un único e inesperado éxito como letrista con “Carillón de la Merced”, y cierta familiaridad con el mundo del cine, obtenida como traductor de subtítulos. En tres años le aportó al cantor casi tres docenas de canciones, los guiones de todas las películas que filmó en Francia y los Estados Unidos, y una acertada intuición comercial que incluyó el uso precursor del clip con fines publicitarios. El accidente de Medellín se llevó a los dos socios, pioneros arrolladores de una industria del espectáculo que salía a conquistar mercados. Mérito importante del letrista y guionista fue haber acertado en el tono y el lenguaje capaz de llevar a públicos diversos de América y Europa un acento argentino seguro de sí, sin demasiadas concesiones al pintoresquismo que le reclamaban los productores internacionales.


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