Qué es la corrupción

Por Francis Fukuyama

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La corrupción se ha convertido en un azote para las instituciones de la sociedad democrática. Aunque siempre ha estado presente en los estados modernos, su virulencia actual carece de precedentes, y todos los días se la ve reflejada en las páginas de los periódicos. Este auge aparece acompañado de otros dos fenómenos: por un lado la profesionalización de la política, no ya ejercida por personas que llegan a ella desde otros órdenes de actividad deseosas de impulsar una agenda que suponen beneficiosa para el común, o al menos para una parte del común, sino por personas que eligen la política como una carrera para el desarrollo personal, incluido el enriquecimiento personal, y cuyas ambiciones suelen ser más constantes que sus ideales. Por otro lado, la creciente impotencia, y consiguiente frustración, de los dirigentes políticos para trazar el rumbo de la cosa pública, abrumados bajo la formidable presión de poderes ajenos a la política, como el poder financiero o el poder mediático.

Por supuesto, las sociedades no han permanecido impasibles frente al flagelo de la corrupción y, así como vienen adoptando medidas de alcance nacional e internacional para combatirlo, también procuran afinar el análisis para comprender mejor el fenómeno: politólogos, sociólogos, economistas le han dedicado minuciosa atención. A comienzos de 2016 el gobierno británico organizó en Londres la primera Cumbre Mundial contra la Corrupción, y produjo un documento de trabajo con más de una docena de contribuciones acerca de la cuestión. El ensayo que aquí presentamos encabezó esa compilación con una serie de aportes conceptuales tendientes a echar a andar la discusión.

Francis Fukuyama (1952) es un politólogo estadounidense, miembro senior de la Universidad de Stanford, director de su Centro para la Democracia, el Desarrollo y el Imperio de la Ley, e integrante de la junta ejecutiva del Diálogo Interamericano. En el libro que lo hizo famoso, El fin de la historia y el último hombre (1992), sostuvo que la globalización de la democracia liberal y la economía de mercado marcaban el punto culminante y definitivo de la evolución social. Posteriormente revisaría esa opinión, con diferentes argumentos, en Confianza (1995) y Nuestro futuro posthumano (2002). En Quedar atrás (2008) sostuvo que las profundas desigualdades sociales existentes en América latina explicaban su atraso comparativo respecto de la América del norte.


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