Los ochenta son nuestros

Por Ana Diosdado

diosdado1988

En la sierra de Guadarrama, donde las familias madrileñas acomodadas tienen sus casas veraniegas, un grupo de niños bien se prepara para recibir el año nuevo, en una especie de bar improvisado en el garaje de una residencia. Hablan, discuten, se confiesan, se atraen y se repelen, y en el proceso se muestran en carne viva, exhiben sus emociones, sus deseos, sus coartadas y sus autoengaños. Son inteligentes y por lo tanto, dice la autora, tienen miedo. Los sobrevuela la figura de los padres, ausentes en sus afectos, presentes en sus prejuicios.

Creeríamos estar ante una comedia de costumbres sobre las tribulaciones de la adolescencia en los años de la transición española de la dictadura a la democracia. Pero comienzan a aparecer ecos sombríos en la simpática estudiantina, trazas de abuso y de muerte, de odio y de violencia. Y en un momento, al amanecer, “la hora del desánimo y el miedo”, la realidad llama a la puerta y estalla la tragedia: hay una culpa, pero aparece un redentor; hay un sacrificio, pero hay también una resurrección, al menos en la evocación de dos protagonistas que son también intérpretes de esa noche límite entre dos décadas, entre dos épocas, entre dos edades. “Nacer cuesta…, duele. Pero aquella noche, nosotros lo intentamos. Lo intentamos todos. Y casi lo conseguimos”, dice Mari Ángeles. “Aquella noche yo empecé a creer en algo. Empecé a darme cuenta de que podíamos estar al principio de una cosa y no sólo al final de otra…”, asiente Miguel.

Los ochenta son nuestros es una obra compleja en su estructura y juego escénico, y atrapante por la vivacidad de sus diálogos, seguramente más fácil para el espectador de teatro que para el lector del libro. Fue escrita a comienzos de la década de 1980 con el título de Al amanecer, luego convertida en novela con su título actual, y finalmente estrenada en Madrid en 1988.

La vida de Ana Diosdado (1938-2015) estuvo ligada a la escena de principio a fin, y puede decirse que dominó todos sus secretos. Nació en Buenos Aires, hija de una pareja de actores españoles exiliados, y allí debutó como actriz a los cinco años. Se educó en el país de sus padres, donde desarrolló una carrera teatral que la convirtió en una de las principales autoras del siglo XX, y en la que no se privó del placer de la actuación. Su producción escénica comenzó con Olvida los tambores (1970) y llegó hasta El cielo que me tienes prometido (2015). Entre los guiones que escribió para la televisión probablemente ninguno alcanzó tanta popularidad en el mundo de habla castellana como Anillos de oro (1985), la serie que protagonizó junto a Imanol Arias. Presidía la Sociedad General de Autores cuando murió en 2015 durante una reunión de trabajo.


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