Por Francis Fukuyama
La corrupción se ha convertido en un azote para las instituciones de la sociedad democrática. Aunque siempre ha estado presente en los estados modernos, su virulencia actual carece de precedentes, y todos los días se la ve reflejada en las páginas de los periódicos. Este auge aparece acompañado de otros dos fenómenos: por un lado la profesionalización de la política, no ya ejercida por personas que llegan a ella desde otros órdenes de actividad deseosas de impulsar una agenda que suponen beneficiosa para el común, o al menos para una parte del común, sino por personas que eligen la política como una carrera para el desarrollo personal, incluido el enriquecimiento personal, y cuyas ambiciones suelen ser más constantes que sus ideales.…
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