Por Juan Bautista Alberdi
Con la federalización de Buenos Aires, la República Argentina completó en 1880 su organización nacional. Luego de siete décadas de sangrientas disputas, ensayos frustrados y recaídas en la tiranía, el país había logrado darse una Constitución republicana, representativa y federal, había sancionado sus códigos, había superado sus diferencias y encontrado sus equilibrios políticos, y miraba al futuro lleno de optimismo, energía y confianza. En vísperas de las más jubilosas fiestas mayas que sus ciudadanos celebraran en mucho tiempo, uno de los principales arquitectos del país organizado, Juan Bautista Alberdi, ofreció ese año una conferencia saturada de advertencias y prevenciones. El orador fijó posición ya desde el título: “La omnipotencia del estado es la negación de la libertad individual”. Fue uno de los últimos análisis elaborados por el constitucionalista y, para muchos de sus exégetas, su testamento político.
Alberdi temía que el Estado recién consolidado pudiese ser confundido con la patria, que un mal entendido patriotismo deviniese en estatismo, y que el estado moderno terminase ocupando el lugar del déspota. Temía que sus instituciones se acomodaran menos al programa constitucional que a la doble herencia que pesaba sobre las provincias del Plata: la tradición grecorromana, y la particular aplicación que de ella había hecho España en sus colonias americanas. La matriz religiosa del patriotismo clásico –“Es dulce y honroso morir por la patria”, había escrito Horacio—sumada a la matriz extractiva de la organización virreinal, toda ella orientada a apoderarse del beneficio individual para alimentarse a sí misma y a la corona, constituían a su juicio un modelo nefasto para el futuro de la joven nación. No pudo evitar la comparación con la América sajona que, relativamente a salvo de esos agobios históricos, había logrado colocar la libertad individual como fin último de su organización política. Casi como un apéndice de su exposición, Alberdi formuló otra advertencia, esta vez contra lo que él describe como entusiasmo, y que hoy llamaríamos apasionamiento o fanatismo, en la discusión de los asuntos públicos. Reclamó allí asegurar la racionalidad del debate, mantener la cabeza fría cuando las mentes se recalientan.
Juan Bautista Alberdi (1810–1884) nació en San Miguel de Tucumán y murió en París. Pasó la mayor parte de su vida en el exilio, al principio forzoso, luego voluntario, pero fue uno de los fundadores de la Argentina y tal vez el intelectual que mayor influencia ejerció sobre los destinos políticos del país. Abogado, escritor, periodista, músico y hombre público, su nombre está indisolublemente asociado a la Constitución nacional, a la que dio sustento ideológico y jurídico en sus Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Pero también escribió tratados jurídicos como el Fragmento preliminar al estudio del Derecho (1837), económicos como el Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina (1854), y filosóficos como El crimen de la guerra (1870), además de piezas satíricas como la obra teatral El gigante Amapolas (1842) o la novela Peregrinación de Luz del Día (1871).
Dictó la conferencia que aquí presentamos el 24 de mayo de 1880, durante la colación de grados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, que en el mismo acto lo recibió como miembro honorario. El curso de los acontecimientos ocurridos desde entonces en el país ha obligado a la filosofía política argentina a volver una y otra vez sobre este texto premonitorio.
Solicite aquí su libro
Para obtener su ejemplar, sírvase aportar los datos requeridos, y enviar la solicitud. Recibirá por correo electrónico un enlace de descarga, válido por tiempo limitado.