Por Eduardo González Lanuza
Ya desde el despuntar del siglo XX, la audacia fue la gran consigna, explícita o implícita, de las vanguardias artísticas. Desde el terreno del arte, como suele ocurrir, se extendió luego a otras áreas como la política, la moda o las costumbres, y ahora la encontramos, banalizada y corrupta, en esa ubicua transgresión de la que hablan los críticos, los locutores, y las revistas semanales. En este ensayo singularmente lúcido, cuya atenta lectura cuando se publicó en 1969 nos habría ahorrado ríos de tinta y de saliva en debates estériles, González Lanuza examina entre otros aspectos las condiciones sociales y artísticas en que se gesta la necesidad de la audacia, la relación entre audacia y genio artístico, y el impacto de esa actitud en el público. Distingue entre la audacia primordial y la audacia adicional, y entre la audacia personal y la audacia impersonal. Bajo el examen del autor, la audacia aparece como un salto desde el vacío hacia el vacío, como el último rostro del conformismo.
Eduardo González Lanuza (1900-1984) escribe desde su experiencia de poeta y de animador, junto a Jorge Luis Borges, de una de las más audaces vanguardias literarias del siglo XX, el ultraísmo, que juntos promovían desde las páginas de las revistas Prisma, Proa, o Martín Fierro. De esa época son sus colecciones Prismas (1924), Aquelarre (1927) y Treinta y tantos poemas (1932). Más tarde regresaría a las formas clásicas de la poesía con La degollación de los inocentes (1938), Puñado de cantares (1940) y Oda a la alegría (1949). Sus reflexiones sobre el quehacer artístico han quedado recogidas en el libro Variaciones sobre la poesía (1943) y en numerosos ensayos como el que aquí presentamos.
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