La mezquita de Córdoba

Por Muhammad Iqbal

La mezquita de Córdoba es, junto al palacio de la Alhambra, uno de los mayores legados arquitectónicos de la presencia árabe en España. Su construcción, impulsada por el emir Abderramán I, demandó doscientos años, entre 786 y 988, y atestiguó el poderío del califato omeya. La reconquista cristiana la convirtió en catedral en 1236 pero no borró su impronta islámica. Siete siglos más tarde, en 1933, un escritor musulmán procedente de la India visitó el templo, donde esa impronta se le hizo vívidamente presente como testimonio de una cultura, una fe, un temple y una voluntad que habían tenido sus momentos gloriosos. El torbellino de emociones que experimentó el viajero al rezar en su mihrab, el nicho que indica la dirección de la Meca, estuvo en el origen del poema que aquí presentamos.

Muhammad Iqbal (1877-1938) fue un escritor indio que escribió sus poemas alternativamente en urdu y en farsi, y algunos de sus ensayos en inglés. Nacido en el Panyab en una familia musulmana, se educó en la India, Gran Bretaña y Alemania. Su orgullosa e incansable promoción de la civilización islámica fue determinante en el nacimiento de Pakistán, donde se lo reverencia como poeta y pensador nacional. Esas mismas cualidades, sumadas al hecho de haber escrito en lengua persa, le han valido el reconocimiento de los iraníes, entre quienes sus poemas ganaron popularidad luego de la revolución islámica de 1979, cuyos líderes los incluyeron públicamente como inspiradores de su ideario.

Iqbal escribió once libros de poesía, en su gran mayoría en farsi, aunque en los años finales de su vida prefirió el urdu, una variante del hindi que es lengua oficial de Pakistán. Creía expresarse mejor en la lengua persa, aunque sus lectores iraníes no parecen estar muy de acuerdo. En cambio, se lo reconoce como uno de los más grandes poetas en urdu del siglo XX. “La mezquita de Córdoba” (Masjid-e-Qurtuba) fue escrita en urdu, y forma parte del libro Alas de Gabriel (Bal-e-Jibril, 1935). Consta de ocho partes con ocho pareados cada una, de métrica muy elaborada, y con frecuente reiteración de estructuras verbales; recitado el poema en su lengua original, estas características refuerzan su capacidad comunicativa con una cadencia que evoca la plegaria.

Al emprender esta versión castellana, probablemente la primera, encontramos que el texto se iba adecuando casi naturalmente —en forma, pero también en contenido: la imaginería sencilla y el tono por momentos sentencioso— a la copla popular tan extendida en nuestra lengua. No resistimos ese acomodamiento. Y para facilitar la lectura incluimos breves glosas al comienzo del poema, y de sus partes.


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