El cóndor ciego

Por José María Rosa

El general Juan Galo de Lavalle es la figura trágica del largo período de guerras civiles que atravesó la Argentina antes de constituirse en una república: su espíritu parece desgarrado entre las dos fuerzas que animaban a las parcialidades en pugna. La razón lo llevó a acompañar la ideología liberal y la vocación institucional de los unitarios, pero en su corazón vibraba el patriotismo cerril y corajudo de los federales. Luego de una participación descollante en el ejército sanmartiniano, y a diferencia del Libertador, Lavalle se involucró en la guerra de facciones y puso su espada al servicio de los jefes políticos unitarios, primero contra Manuel Dorrego y luego contra Juan Manuel de Rosas, dos gobernadores bonaerenses de inclinación federal. En 1828 derrotó militarmente a Dorrego e, instigado por los unitarios, lo hizo fusilar, una decisión que pesaría en su conciencia por el resto de su vida. En 1840, los unitarios antirrosistas exiliados en Montevideo lo convencieron de ponerse al frente de un ejército para enfrentar a Rosas, aprovechando el apoyo de la escuadra francesa que en ese momento bloqueaba el puerto de Buenos Aires. Le asqueó saberse junto a los franceses en una agresión a su tierra, pero no obstante se puso en campaña. Tan pronto ingresó al territorio argentino advirtió que, a despecho de lo que le decía la Comisión Argentina en Montevideo, la opinión pública era favorable a Rosas y no iba a acompañar revolución alguna. Esta comprobación, el recuerdo de Dorrego y la humillación del dinero francés le atravesaron el alma.

Aunque había llegado hasta las puertas de Buenos Aires, desistió de presentar batalla e inició una marcha hacia el centro del país presuntamente para buscar apoyos entre los unitarios de la Coalición del Norte. Fuerzas federales comandadas por el oriental Manuel Oribe lo persiguieron y derrotaron en Quebracho Herrado (Córdoba) primero y en Famaillá (Tucumán) después. Esteban Echeverría, un poeta e ideólogo liberal, lo fustigó en versos de inusitada crueldad: “Todo estaba en su mano y lo ha perdido. / Lavalle es una espada sin cabeza”. Omitía decir que la cabeza de esa espada habían sido él mismo y sus socios del partido unitario. Al mando de una tropa crecientemente desorganizada y desmoralizada, Lavalle pasó por La Rioja y Salta antes de llegar a Jujuy donde, en una casa deshabitada a la que se había retirado para descansar, encontró finalmente la muerte con la que su corazón atribulado venía coqueteando en acciones temerarias. El centenar y medio de leales soldados que le acompañaban huyó con su cadáver hasta Bolivia, en una trágica travesía que rubrica la vida del desventurado militar.

El cóndor ciego, el ensayo que aquí presentamos, somete en su primera parte a un examen casi policial la versión corrientemente aceptada sobre la manera como Lavalle cayó abatido en mitad de la noche en la casa de Jujuy, y revisa tanto las pruebas testimoniales como las instrumentales. En la segunda parte el autor expone su análisis sobre las condiciones anímicas y políticas en las que Lavalle llegó a su hora suprema, y aventura su propia y sorprendente interpretación sobre lo ocurrido en la noche de Jujuy.

El historiador argentino José María Rosa (1906-1991) fue una de las principales figuras de la corriente llamada revisionista, opuesta a la historiografía liberal cuyas figuras fundacionales fueron Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre. Escribió decenas de artículos, unos quince libros, y una Historia Argentina en 13 tomos que recoge lo principal de sus investigaciones e interpretaciones. El cóndor ciego fue publicado originalmente en 1952.


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2 pensamientos en “El cóndor ciego”

  1. buen dia,
    me intereso porque estoy por leer el libro “La vengadora” de Florencia Canale, y mencióno que el Condor Pasa, habla de la extraña muerte de Lavalle.

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